lunes, 13 de noviembre de 2023

Occidente vuelve a levantar barreras comerciales en busca la “seguridad” y la “soberanía” económicas

La crisis de 2007, la pandemia y la guerra de Ucrania han provocado en los países desarrollados un temor a la dependencia económica que les ha llevado a entornar fronteras y proteger las industrias nacionales. El resultado de ese proceso está por ver, pero es lógico pensar que los países menos desarrollados sufrirán en sus ciudadanos las consecuencias del nuevo proteccionismo.


“Europa se está adaptando a las nuevas realidades geopolíticas, poniendo fin a la era de la ingenuidad y actuando como un verdadero actor geopolítico”, afirmó el comisario de Mercado Interior, Thierry Breton, a principios de octubre al presentar la primera medida de la Estrategia de Seguridad Económica de la UE, por la que se fomentará el desarrollo de sectores que se consideran clave para su crecimiento económico. En esta ocasión, la Comisión Europea ha declarado que la inteligencia artificial, la biotecnología, los semiconductores y la tecnología cuántica son “áreas críticas por sus capacidades y los riesgos de seguridad o de vulneración de derechos humanos que pueden suponer” y, por tanto, la UE no puede depender del exterior en su desarrollo.

La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen explicó algo más la cuestión: “Europa estableció en junio de este año su primera Estrategia de Seguridad Económica para garantizar nuestra soberanía, seguridad y prosperidad en los años venideros. Hoy damos los siguientes pasos estableciendo las áreas tecnológicas críticas que deben evaluarse”.

El comisario y la presidenta hablaron de “nuevas realidades geopolíticas”, del “fin de la era de la ingenuidad”, de “garantizar nuestra soberanía, seguridad y prosperidad”. Y todas esas frases van encaminadas a un fin: evitar que el poder chino se haga con el control de esas tecnologías que serán clave en el futuro desarrollo de la sociedad. Es decir, proteger a la industria europea y a los ciudadanos.

No es la única decisión que Europa ha tomado en este sentido en las últimas semanas. Por ejemplo, cuando las ventas de automóviles chinos empiezan a ser significativas en el Continente, Bruselas ha abierto una investigación sobre las supuestas ayudas públicas que el Gobierno central y las administraciones locales ofrecen a los fabricantes chinos que abaratan los precios finales de los coches eléctricos que se venden aquí. Y también acaba de anunciar otra actuación sobre los subsidios estatales concedidos a los fabricantes de turbinas para las centrales eólicas. Todas estas decisiones se han tomado en menos de un mes.

Europa no está sola en este camino de vuelta al proteccionismo. Estados Unidos ha ido dando pasos en el mismo sentido en los últimos años. En 2022, el Gobierno estadounidense aprobó la Ley de Reducción de la Inflación, que tiene como objetivo fundamental el tránsito hacia una “economía más sostenible” en sectores clave de la economía del país. Se destinarán 400.000 millones de dólares en diez años en créditos y subvenciones a determinados sectores como la energía renovable o la automoción y el transporte. Y, más recientemente, EEUU también aprobó una Ley de Ciencia y Chips, que con una inversión de 280.000 millones de dólares en cinco años busca sobre todo reforzar el sector de los semiconductores en el país y evitar la dependencia del mercado internacional, sobre todo de los fabricantes chinos. En otras palabras, regar de dinero a las empresas norteamericanas para que puedan hacer frente a la competencia china en industrias clave para la soberanía y la seguridad del país.

Tras la pandemia

Esta aceleración de la vuelta al proteccionismo comercial es, quizá, una de las consecuencias económicas más significativas de la pandemia, aunque sus causas vienen desde la crisis económica global de 2007. El ‘shock’ que causó en la economía mundial el desplome de un sistema financiero sin fronteras llevó a emprender medidas de protección en los sistemas bancarios nacionales que se han ido trasladando al mundo industrial y comercial. Los riesgos del creciente poder económico de China gracias precisamente a la globalización y las consecuencias de la pandemia de 2020 no han hecho más que acelerar ese proceso de defensa de la industria nacional.

‘The Economist’ acaba de publicar un amplio informe sobre el auge del proteccionismo en el mundo que habla de la “economía patriótica”, que define como aquella que busca una reducción de “los riesgos para la economía de un país: los que presentan los caprichos de los mercados, un ‘shock’ impredecible como una pandemia o las acciones de un oponente geopolítico”.

El semanario considera que esta vuelta al proteccionismo es el resultado de cuatro factores. Primero, la economía: como ya hemos comentado, la crisis financiera de 2007 fue el gran toque de atención sobre la pérdida de confianza en el modelo de la globalización y el parón económico mundial que trajo la pandemia en 2020 terminó por confirmar esos temores. Segundo, la geopolítica: con las batallas políticas y comerciales entre Estados Unidos y China y, posteriormente, la invasión de Ucrania por Rusia como determinantes. Tercero, la energía: Vladimir Putin ha demostrado que la energía es una formidable arma de guerra y los países quieren depender lo menos posible de terceros en su abastecimiento, al menos de terceros ‘peligrosos’. Y, cuarto, la Inteligencia Artificial generativa, que supone un cambio tan radical en todos los procesos productivos, que los gobiernos buscan la forma de hacerse fuertes en esta tecnología, sabiendo, por ejemplo, que los perdedores pueden estar amenazados con la destrucción de miles de empleos.

Este movimiento no sólo parte de los Gobiernos, porque el miedo a la globalización ha llegado los inversores, que cada vez miran más de puertas adentro -aprovechando también las ventajas de esas medidas proteccionistas para las compañías- y las propias empresas, que prefieren producir en sus propios países que buscar otros mercados en los que montar nuevas fábricas, ayudadas, eso sí, por las millonarias subvenciones públicas.

Más pobreza, más inflación

¿Es buena para el crecimiento económico la desglobalización? Este mismo mes de octubre, el Banco Mundial recortaba su previsión de China para el próximo año y advertía de que los países en desarrollo del este de Asia van a crecer a una de las tasas más bajas de las últimas cinco décadas. Es lógico que si China se frena, todos sus socios comerciales de alrededor lo sufren pero, en esta ocasión, el Banco Mundial ha incidido en un condicionante significativo: el proteccionismo comercial de Estados Unidos está afectando a los países menos desarrollados -Vietnam, Tailandia, Filipinas,...- del Sudeste asiático. Gran parte de la región, no sólo China, está empezando a verse afectada por las nuevas políticas industriales y comerciales de Estados Unidos, que están reduciendo las exportaciones de esos países hacia Estados Unidos, constata el Banco Mundial.

La globalización económica y comercial que comenzó tras la caída del régimen soviético tuvo tres efectos significativos. El primero fue un aumento de la desigualdad entre el mundo desarrollado y el resto. Pero que los ricos fueran más ricos, no significa que los pobres fueran más pobres. El segundo efecto de la apertura del comercio mundial supuso que más de mil millones de personas salieran de la pobreza extrema, con China e India como países más beneficiados, pero también otros en América Latina como Perú o Colombia. El tercer efecto de la globalización fue la contención generalizada de la inflación, ya que la fabricación se podía llevar a las zonas con menor coste y eso se repercutía en los precios finales de los productos y servicios.

En pura lógica, la desglobalización traerá unas consecuencias opuestas: disminución de la desigualdad, aumento de la pobreza -o al menos, no disminución de la misma al mismo ritmo que antes- y un incremento de la inflación. Serían los países más beneficiados del anterior proceso, como China, los principales perjudicados. El FMI y la OCDE prevén que el gigante asiático crezca en los próximos años al menor ritmo de las últimas décadas porque ven agotado el modelo de crecimiento, basado en las exportaciones, que le ha traído hasta aquí. Pero hay un grave inconveniente: China es ahora la segunda potencia económica mundial con un enorme poder militar, una desestabilización social del país podría tener consecuencias funestas en todo el mundo.

Los analistas dicen que este proceso proteccionista va a continuar. Desde la crisis de 2007, el PIB ha estado creciendo por encima del comercio mundial y así seguirá ocurriendo a medio plazo. “El proceso de desglobalización va a seguir. El comercio global ha retrocedido en los dos últimos años, y todo apunta a que esa es la dirección futura. Con las ventajas e inconvenientes mencionados y repartidos de forma desigual”, escribía recientemente José Ignacio Crespo, analista financiero, en el diario ‘Cinco Días’. ‘The Economist’, de ideología liberal, considera que “la economía ‘patriótica” va a empobrecer el mundo: “Las políticas industriales nacionales y el proteccionismo pueden poner en peligro el comercio mundial sin hacer más seguras las economías occidentales”, afirma sin paliativos.



viernes, 30 de junio de 2023

Que la lucha de la prensa por su supervivencia no acabe con la propia prensa

Malos tiempos para la prensa, aunque esto ya no sea noticia. La Comisión Europea acaba de publicar el European Media Industry Outlook, un extenso informe en el que analiza la situación de sectores clave de los sectores de la comunicación y del entretenimiento, entre ellos el de los medios de información, que analiza el estado actual y las tendencias de un sector clave para la democracia. Merece la pena leerlo.

El sector de los medios generaba en 2021 en la Unión Europea un negocio de 88.000 millones de euros, de los que unos 20.000 millones provienen de los medios escritos y digitales y los 68.000 restantes llegan de la radio y la televisión. Pero las trayectorias son “radicalmente diferentes”. Así, los ingresos de la prensa escrita han caído de 22.000 a 16.000 millones -un 27%- entre 2016 y 2021, mientras que los ingresos de los medios digitales han experimentado un incremento del 60%, hasta 3.700 millones en el mismo periodo. En radio y televisión, el negocio informativo ha crecido un 5,5% en esos cinco años hasta esos 68.000 millones de euros. El informe prevé que continúe el decrecimiento de la prensa escrita en los próximos años, de forma que en 2025 sus ingresos totales -provenientes de los lectores y de la publicidad- se reduzcan a unos 13.000 millones, la misma cantidad que ingresaba en sólo en publicidad en 2016.

Consumo digital
Esta evolución se debe a los cambios en el consumo de la información que se ha dado en Europa, en sintonía con el resto del mundo. “Los medios informativos operan hoy bajo la lógica de la economía de la atención en la que las diferentes formas de contenido -noticias, publicidad y entretenimiento- compiten por llamar la atención del ciudadano, ya sea en formato digital o tradicional”, se lee en el informe. Y esa tendencia se ha agudizado en los últimos años “por la penetración de Internet y la amplia aceptación de la tecnología -nuevos dispositivos- que permiten consumir contenido online en cualquier momento y en cualquier lugar”.

El informe proporciona tres explicaciones de este cambio de los ciudadanos. El primero es que “la infraestructura de contenidos digitales está facilitando su crecimiento”: el 77% ya accede alguna vez a las noticias a través de su teléfono móvil. El segundo es que la “oferta online evoluciona y ofrece nuevas posibilidades a los ciudadanos: por ejemplo, un creciente número de consumidores de la UE prefieren compartir y discutir artículos con amigos y colegas a través de aplicaciones de mensajería instantánea”. Y tercero, “las audiencias más jóvenes prefieren acceder a las noticias sólo parcialmente elaboradas por profesionales”. 

Pago por contenidos y publicidad
Los europeos son conscientes de la importancia de la información para el desarrollo de la sociedad democrática, pero no parecen dispuestos a pagar por ella y eso añade más presión a la pervivencia de los medios de comunicación tradicionales, en especial, a la prensa escrita. “Esta brecha entre el valor asociado del contenido informativo y su monetización representa un desafío clave para la sostenibilidad económica de los medios de comunicación”. Así, por ejemplo, el 68% de los europeos considera que todo el consumo de noticias debería ser gratis y el 83% opina que “siempre debería haber algún tipo de información” que fuera gratuita. A la hora de pagar, los entrevistados consideran que la suscripción es la mejor forma de hacerlo, pero sólo el 13% se muestra partidario de hacer alguna.

Si se estanca el crecimiento de las suscripciones, la publicidad “sigue siendo clave en el mix de financiación” de los medios, señala el informe de la Comisión, pero “ya no beneficia a los medios informativos como solía hacerlo”. El mercado publicitario de la UE sigue creciendo a buena velocidad. En 2021 suponía unos ingresos para el sector -online y offline- de 69.200 millones de euros, frente a los 64.100 millones de 2016. Pero la mayor parte del pastel se lo está llevando el mundo informativo digital. Y ahí, los medios tradicionales -prensa, radio y televisión- cuentan con un tremendo enemigo con el que tienen que repartir la tarta: las plataformas digitales: Facebook y Google, fundamentalmente. Así, en 2021, Internet captó el 43% del gasto publicitario, cuando en 2000 apenas representaba el 1%. Según el informe, a pesar del aumento total de 5.000 millones entre 2016 y 2021, los ingresos por publicidad en los medios tradicionales cayeron un 23%, con un desplome de 33% en los medios impresos “principalmente debido al cambio de hábitos de consumo y a la disminución de la circulación”.

Como hemos visto, las grandes plataformas de internet y las redes sociales se han convertido en un importante motor de consumo de noticias, que en este caso favorece a las ediciones digitales de los medios tradicionales -”proveedores de noticias”, se denominan en el informe- al proporcionarles nuevo tráfico de usuarios, pero a la vez se corre el riesgo de que los medios se “vuelvan dependientes de las plataformas, de sus modelos de distribución, como el uso de algoritmos en la preparación de sus contenidos y de sus modelos de monetización”. Todo ello puede suponer un menoscabo de la labor informativa de los medios mientras se busca volver a la rentabilidad.

Contraataque
“La digitalización ha impactado en todos los procesos de la cadena de valor de los medios. Las herramientas digitales han permitido la producción más rápida de noticias, ha desdibujado los límites entre los tipos de contenidos y los proveedores de los mismos y ha conducido a una multiplicación de canales de distribución a través de distintos dispositivos. Como resultado, los consumidores pueden acceder e interactuar con una amplísima gama de contenido en línea”. Esta frase del informe es un buen resumen de la situación de los medios, en especial los escritos.

A partir de ahí los expertos comentan las dos grandes líneas que han emprendido los grandes medios tradicionales -los denominados ‘legacy’ media’-. Una de ellas es la adopción de nuevos formatos para los contenidos informativos para atraer nuevos lectores. En los últimos años han proliferado los ‘podcasts’, el audio digital, las ‘newsletters’ y el vídeo, que se distribuyen además a través de las cuentas propias de las redes sociales. Por ejemplo, casi el 90% de los principales editores de Francia y España, el 50% de los alemanes y el 30% de los italianos son cada vez más activos en la distribución de vídeos a través de la plataforma TikTok para dirigirse a los más jóvenes, “aunque todavía necesitan descubrir cómo monetizar esos contenidos y canalizar el tráfico a su propia web”.

Los medios también tratan de adoptar las estrategias de las grandes plataformas -si no puedes luchar contra ellos, trata de ponerlos a tu lado-. Muchos grupos editores están adaptando sus estrategias comerciales “al rol de las plataformas digitales globales”. En los últimos años, y con el impulso de la nueva legislación europea de derechos de autor, los editores han cerrado acuerdos de licencia de uso contenidos con plataformas con una contraprestación. Google, por ejemplo, informó el año pasado que ha llegado a acuerdos de este tipo con 300 empresas editoras de la Unión Europea, la mayoría grandes grupos de prensa.

Además de las estrategias para captar más publicidad, los editores pretenden incrementar ingresos de los lectores y para ello emprenden estrategias de “conversión de los usuarios”. Los métodos para monetizar a los lectores incluyen “los ‘muros de pago’, los modelos ‘freemium’, la membresía, el ‘crowdfunding’, los micropagos y los paquetes de ofertas de contenido no informativo”. Las suscripciones son la prioridad número uno en 2023 para el 80% de los editores para incrementar sus ingresos, por delante de la publicidad (75%), de la publicidad nativa (58%), de los eventos (38%) y de la financiación a través de las plataformas (33%).

Pero el negocio digital todavía no se suficiente. En 2022, los ingresos por suscripciones de los medios digitales -incluyendo las ediciones web de la prensa tradicional fueron de 1.800 millones de euros -por 1.000 millones en 2016-, mientras que los ingresos por circulación de los medios impresos ascendieron a 9.800 millones de euros, eso sí una cifra mucho más baja que los 13.300 millones de 2016.

Y, por último, si no puedes aumentar ingresos, trata de reducir gastos. Es un proceso que venía de lejos, pero aceleró durante la pandemia. En 2020 y 2021 las organizaciones presionaron para rediseñar oficinas, mejorar la tecnología y renegociar contratos laborales para rebajar costes y adaptar las redacciones al teletrabajo. Las plantillas se redujeron, aumentó el trabajo autónomo frente al contratado, y se cambiaron puestos de redactores por personal con más habilidades digitales con el fin de aprovechar las oportunidades de la tecnología.

De forma políticamente correcta, el informe señala que “si estas prácticas perduran, como parece, pueden exigir el desarrollo de nuevos criterios editoriales y modelos de gobernanza de los medios” para evitar impactos negativos en la supervisión de los contenidos y una precarización de las condiciones de trabajo de los periodistas. En román paladino: la digitalización de los medios está poniendo en peligro la razón de ser del periodismo, que es la de defensa de la democracia ofreciendo a la sociedad una información veraz y contrastada de lo que está ocurriendo.

El panorama de los medios -y sobre todo de la prensa- no es demasiado optimista. Los que estudios como el la Comisión Europea o el Digital News Report concluyen es que todavía no se ha encontrado el modelo que vuelva a la rentabilidad a los editores. Y es algo que urge por salud democrática, no vaya a ser que esa lucha por la supervivencia de la prensa corra el riesgo de terminar con la propia prensa tal y como ahora la conocemos.

Lea el artíulo completo en Aceprensa

jueves, 25 de mayo de 2023

La política de competencia de la UE en un mercado digital sin barreras

La economía digital difumina las barreras de entrada en los mercados de productos y servicios y dificulta las prácticas anticompetitivas. Los ciudadanos vivimos mejor con Google Play, Amazon o Apple Store, a pesar de que tengan posiciones dominantes en sus mercados. Con todo, el Reglamento de Mercados Digitales que prepara la Comisión Europea pretende trasladar las reglas de competencia tradicionales al negocio en internet.

Los monopolios, y los oligopolios en su caso, no son adecuados en una economía de mercado, porque siempre perjudican a los consumidores. Cuando una empresa domina la distribución de productos y servicios en un determinado sector, puede situar sus precios en el nivel que desee y el consumidor no tendrá más remedio que adaptarse a ellos, sobre todo si se trata de servicios de primera necesidad. Y eso se da en todos los niveles. Una única empresa eléctrica en una región actuará con los precios más altos que puedan pagar sus clientes. Como, si se diera el caso, la panadería que estuviera sin competencia en un pueblo haría lo mismo con sus productos: el tope de los precios está en el nivel en el que los ciudadanos dejan de comprar el pan porque ya no pueden pagarlo.

La aparición de otra empresa eléctrica o de otra panadería en el mismo lugar implica que el nuevo actor tendrá que ofrecer precios más bajos para ganar cuota de mercado. Y si los competidores son varios, ni que decir tiene que la posibilidad de elegir ofrece a los ciudadanos una vida mejor: pagar menos por productos similares.

Por eso, la falta de capacidad de elección ha sido uno de los grandes males contra los que ha luchado la economía de mercado desde siempre. Es imposible la competencia sin competidores y, en ese caso, siempre sufre el ciudadano. Y esta es una de las causas del desastre de los modelos colectivistas: una empresa de servicios, incluso si es de propiedad pública, sin competencia no va a mirar por el bien de los ciudadanos. Cuba o Venezuela son ejemplos que vemos todos los días.

Bien. Esto es así en, digamos, la “economía física” cuando el consumidor está atado a su proveedor y no tiene capacidad real de buscar otro. En el ejemplo de la panadería, la única solución sería ir a comprar en otro pueblo, lo que probablemente haría más onerosa la barra de pan. ¿Pero qué ocurre en el mundo digital?

Imaginemos que en ese hipotético pueblo un emprendedor monta una plataforma en Internet de venta de pan, con un servicio de puerta a puerta al que puedan apuntarse todas las panaderías de la comarca y ofrecer desde esa plataforma sus productos. Lógicamente, para poder quedar incluido en esa plataforma, los panaderos tendrán que cumplir las condiciones que ponga el propietario de la plataforma: comisiones, calidad de los productos, etc.

¿Qué supondrá para los ciudadanos del pueblo la aparición de esa plataforma de venta de pan? Una rebaja de precios, la comodidad de que le lleven el pan a casa y una mejora de la calidad de los productos. Aunque sólo exista una plataforma en el mercado digital, es obvio que el habitante de ese pueblo vivirá mejor con ella que sin ella.

Y si el nuevo servicio es beneficioso para el consumidor, ¿por qué hay que cambiarlo artificialmente desde las autoridades públicas?

jueves, 4 de mayo de 2023

La revolución económica que traerá la longevidad



Cada vez más mayores, con más dinero y con mejor salud. El sector público y la industria privada se enfrentan a un cambio de vida y de hábitos sin precedentes que va a mover miles de millones de euros en el futuro.


En los próximos años va a empezar a jubilarse la llamada generación del baby boom, la numerosa población que empezó a nacer a finales de los años cincuenta, cuando los estragos causados en la economía por la Segunda Guerra Mundial empezaron a desaparecer. En el mundo desarrollado, esta salida del mercado laboral de millones de personas se va a unir a la fuerte caída de la natalidad, que ya no garantiza el reemplazo generacional en Occidente y que supondrá una reducción de la población activa. La ONU calcula que en 2060, el 30% de la población mundial tendrá más de 65 años, por el 17% de hace diez años.

Con el envejecimiento de la población, el Estado tendrá que ir haciendo un trasvase de recursos para hacer frente a las necesidades del colectivo de más edad. Partidas como las pensiones, la sanidad o la dependencia exigirán más dinero… que tienen que salir de una sociedad más pequeña que sólo podrá compensar la reducción de la fuerza laboral con importantes incrementos de productividad (...).

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jueves, 2 de marzo de 2023

Telecinco, cuando la telebasura deja de ser rentable

La pérdida del liderazgo televisivo de la cadena Telecinco, del grupo Mediaset, y el cambio de directivos ha supuesto una revolución en la gestión que puede poner fin a un modelo basado en la rentabilidad de la telebasura, al menos mientras la audiencia siga abandonando ese tipo de contenidos.

El 23 de abril de 2000 Telecinco estrenó un programa que marcó historia en la televisión española: Gran Hermano, el primer reality show (veinticuatro horas en directo sobre la supuesta realidad que vivían diez jóvenes encerrados en una casa) que colocó a la cadena en su mejor dato de audiencia desde su nacimiento. El primer programa de Gran Hermano congregó en su estreno a 5,29 millones de espectadores, el 36,5% de cuota de pantalla, y despidió la primera temporada el 21 de julio con 9,10 millones de espectadores y un 70,8% de cuota. Telecinco terminó el ejercicio como la televisión más vista en España, con un 22% del mercado.

Desde entonces y hasta 2021 –excepto algún año que fue superada por RTVE–, Telecinco ha sido la televisión más vista y ha basado su programación en los reality shows –a Gran Hermano le sucedieron diversas variaciones con formato similar hasta llegar a La isla de las tentaciones– y en los programas de tertulia sobre la prensa rosa. Unos programas que han terminado degenerando en una auténtica exposición de intimidades de personajes públicos con peleas familiares, uniones, separaciones… que llenaban las pantallas de horas y horas de cotilleos y de morbo social. Telecinco es el exponente europeo más claro de la denominada telebasura...

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domingo, 29 de enero de 2023

La encrucijada de las pensiones públicas en Europa

¿Están garantizadas en el futuro las pensiones públicas? Absolutamente. ¿Están garantizadas en el futuro unas pensiones públicas como las conocemos ahora? En absoluto.

Éste puede ser el resumen del estado de las prestaciones por jubilación que reciben y recibirán los europeos en los próximos años y decenios. Los sistemas de Seguridad Social, uno de los pilares básicos del Estado del Bienestar, están haciendo agua, y los gobiernos se afanan ahora –quizá demasiado tarde– en intentar reconducirlos para evitar que ahogue las cuentas públicas. En España, por ejemplo, el pago de las pensiones supone ya el 12% del PIB y sigue creciendo.

El tema es que esa reconducción lleva indefectiblemente a una reducción de las prestaciones a las que tienen derecho los ciudadanos, y estos se resisten a perder sus derechos adquiridos. Esto es lo que tiene levantada en estos días a buena parte de la sociedad francesa, que reclama al Gobierno que retire una reforma que consideran lesiva.

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