jueves, 25 de mayo de 2023

La política de competencia de la UE en un mercado digital sin barreras

La economía digital difumina las barreras de entrada en los mercados de productos y servicios y dificulta las prácticas anticompetitivas. Los ciudadanos vivimos mejor con Google Play, Amazon o Apple Store, a pesar de que tengan posiciones dominantes en sus mercados. Con todo, el Reglamento de Mercados Digitales que prepara la Comisión Europea pretende trasladar las reglas de competencia tradicionales al negocio en internet.

Los monopolios, y los oligopolios en su caso, no son adecuados en una economía de mercado, porque siempre perjudican a los consumidores. Cuando una empresa domina la distribución de productos y servicios en un determinado sector, puede situar sus precios en el nivel que desee y el consumidor no tendrá más remedio que adaptarse a ellos, sobre todo si se trata de servicios de primera necesidad. Y eso se da en todos los niveles. Una única empresa eléctrica en una región actuará con los precios más altos que puedan pagar sus clientes. Como, si se diera el caso, la panadería que estuviera sin competencia en un pueblo haría lo mismo con sus productos: el tope de los precios está en el nivel en el que los ciudadanos dejan de comprar el pan porque ya no pueden pagarlo.

La aparición de otra empresa eléctrica o de otra panadería en el mismo lugar implica que el nuevo actor tendrá que ofrecer precios más bajos para ganar cuota de mercado. Y si los competidores son varios, ni que decir tiene que la posibilidad de elegir ofrece a los ciudadanos una vida mejor: pagar menos por productos similares.

Por eso, la falta de capacidad de elección ha sido uno de los grandes males contra los que ha luchado la economía de mercado desde siempre. Es imposible la competencia sin competidores y, en ese caso, siempre sufre el ciudadano. Y esta es una de las causas del desastre de los modelos colectivistas: una empresa de servicios, incluso si es de propiedad pública, sin competencia no va a mirar por el bien de los ciudadanos. Cuba o Venezuela son ejemplos que vemos todos los días.

Bien. Esto es así en, digamos, la “economía física” cuando el consumidor está atado a su proveedor y no tiene capacidad real de buscar otro. En el ejemplo de la panadería, la única solución sería ir a comprar en otro pueblo, lo que probablemente haría más onerosa la barra de pan. ¿Pero qué ocurre en el mundo digital?

Imaginemos que en ese hipotético pueblo un emprendedor monta una plataforma en Internet de venta de pan, con un servicio de puerta a puerta al que puedan apuntarse todas las panaderías de la comarca y ofrecer desde esa plataforma sus productos. Lógicamente, para poder quedar incluido en esa plataforma, los panaderos tendrán que cumplir las condiciones que ponga el propietario de la plataforma: comisiones, calidad de los productos, etc.

¿Qué supondrá para los ciudadanos del pueblo la aparición de esa plataforma de venta de pan? Una rebaja de precios, la comodidad de que le lleven el pan a casa y una mejora de la calidad de los productos. Aunque sólo exista una plataforma en el mercado digital, es obvio que el habitante de ese pueblo vivirá mejor con ella que sin ella.

Y si el nuevo servicio es beneficioso para el consumidor, ¿por qué hay que cambiarlo artificialmente desde las autoridades públicas?

jueves, 4 de mayo de 2023

La revolución económica que traerá la longevidad



Cada vez más mayores, con más dinero y con mejor salud. El sector público y la industria privada se enfrentan a un cambio de vida y de hábitos sin precedentes que va a mover miles de millones de euros en el futuro.


En los próximos años va a empezar a jubilarse la llamada generación del baby boom, la numerosa población que empezó a nacer a finales de los años cincuenta, cuando los estragos causados en la economía por la Segunda Guerra Mundial empezaron a desaparecer. En el mundo desarrollado, esta salida del mercado laboral de millones de personas se va a unir a la fuerte caída de la natalidad, que ya no garantiza el reemplazo generacional en Occidente y que supondrá una reducción de la población activa. La ONU calcula que en 2060, el 30% de la población mundial tendrá más de 65 años, por el 17% de hace diez años.

Con el envejecimiento de la población, el Estado tendrá que ir haciendo un trasvase de recursos para hacer frente a las necesidades del colectivo de más edad. Partidas como las pensiones, la sanidad o la dependencia exigirán más dinero… que tienen que salir de una sociedad más pequeña que sólo podrá compensar la reducción de la fuerza laboral con importantes incrementos de productividad (...).

Artículo completo en Aceprensa.