viernes, 10 de febrero de 2017

La fuerza o la política en Cataluña


Hay una viñeta de Mafalda, la genial creación de Quino, en la que se ve cómo un trajeado anciano observa asustado a un hippie con melena, flores en el pelo, sandalias y una mochila. "¡Esto es el acabose!", grita el señor. Y Mafalda le mira circunspecta: "No. Es el continuose del empezose de ustedes". Pues eso. Estos días de declaración judicial de Artur Mas y dos ex consejeras nos retrotraen a 1984, cuando Jordi Pujol se envolvió en la senyera para defenderse de un problema personal con la Justicia. El resultado fue que quedó exonerado de sus responsabilidades en el desfalco de Banca Catalana. "Ahí se empezó a atacar el Estado de Derecho, ante el silencio general de la sociedad y de los partidos catalanes, con la complacencia de los dos grandes partidos españoles", escribía el martes Francesc de Carreras en El País. El lunes comprobamos que el discípulo ha aprendido la lección de su maestro... cambiando la senyera por la estelada.

Lo que sí ha cambiado en estos 33 años es que ahora tenemos la sensación de que el temido choque de trenes entre la Generalitat de Cataluña y el Gobierno central se acerca inexorablemente. Tarde o temprano, los políticos que ahora dirigen Cataluña tomarán una decisión que el Gobierno de la nación no podrá aceptar.

¿Se podrá buscar una solución segundos antes de ese big bang? ¿Es factible todavía lo que se llama la vía política, es decir, que ambas partes se avengan a negociar? Sólo si la Generalitat, que sabe que sus pretensiones son ilegales, da su brazo a torcer es posible el acuerdo, porque es lógico pensar que ningún representante del Estado va a acordar nada que suponga su desmembramiento. Apelar hoy a la vía política es pedir la rendición de la Generalitat. Quien lo ha apostado todo a la independencia no se va a conformar con un simple cambio constitucional que coloque a Cataluña como un primus inter pares con el resto de las autonomías, que es a lo máximo que puede llevar la solución política ante el proceso.

Por ello hay quien piensa que la negociación ya es una utopía, que tenía que haber empezado antes, aquel 20 de septiembre de 2012, cuando tras la excepcional demostración popular en una Diada perfectamente preparada al efecto, Artur Mas se presentó en La Moncloa con su propuesta de pacto fiscal. Rajoy se negó a considerarla y el entonces presidente de la Generalitat contestó que ese día se iniciaba "un proyecto nuevo para Cataluña".

Desde entonces se intensificaron las voces que pedían la vía de la fuerza para terminar con la deriva secesionista. Es decir, la aplicación del artículo 155 de la Constitución, por la que el Estado central asumiría todas o parte de las competencias autonómicas. Algo que, no nos engañemos, sólo podrá ser eficaz si, en algún momento, las fuerzas del orden -ya sean unos mossos dirigidos desde Interior, o la propia Guardia Civil- impiden el ejercicio de sus funciones a los dirigentes autonómicos. Pero ese big bangsería tan catastrófico para las dos partes que, probablemente, es implanteable. Por eso el independentismo tendrá que claudicar de sus postulados más radicales.

Es una pena este despilfarro de fuerzas, porque a Cataluña le va muy bien dentro de España. Martí Saballs escribía esta semana en el diario Expansión que la economía catalana ha crecido un 3,5%, más que la media española, gracias al incremento de la producción industrial: "Los defensores más acérrimos del proceso independentista aún van por ahí diciendo que los catalanes somos una colonia explotada y avasallada. Que se lo hagan ver, pero que no hagan el ridículo contando su peculiar deformación de la realidad". Tiene razón.

@vicentelozano

(Publicado en El Mundo el 9 de febrero de 2017)