lunes, 18 de marzo de 2019

Treinta años de la World Wide Web


El 12 de marzo de 1989 un ingeniero inglés que trabajaba en el CERN, Timothy Berners-Lee, creó la primera dirección de lo que sería la World Wide Web. Buscaba cómo estandarizar la información entre ordenadores para facilitar su acceso a ella a los investigadores del centro y lo consiguió mediante tres estándares: el HyperText Markup Language (HTML), lenguaje de etiquetas de hipertexto, el HyperText Transfer Protocol (HTTP), que permite la transferencia de información entre ordenadores, y el sistema de identificadores Uniform Resource Locator (URL).

Para crear esa red se valió de una plataforma que desde finales de los sesenta utilizaba el ejército norteamericano para sus comunicaciones denominada Arpanet. Con esos protocolos, Berners-Lee consiguió, por decirlo de forma simplificada, que coches, autobuses, camiones -los contenidos- pudieran circular libremente por la autopista -Arpanet, primero; Internet después- ya existente.

Lo que empezó como una red de científicos del CERN para intercambiar información acabó siendo la inmensa tela de araña que llamamos internet y que se ha convertido, probablemente, en el invento más revolucionario, del último siglo. Nada como la Red y sus aplicaciones han cambiado nuestras vidas en todos los sentidos, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, pasando por cómo nos desplazamos, cómo trabajamos, cómo leemos, cómo estudiamos, cómo nos divertimos y hasta cómo ligamos. No hay nada en nuestro acontecer que no haya sido afectado por la digitalización.

En treinta años -apenas una generación- la economía ha cambiado radicalmente, de forma que ahora es inconcebible un negocio de cualquier sector que no esté basado en internet. Las empresas que se han adaptado a lo que se conoce como la nueva economía salen adelante, y las que se han quedado atrás prácticamente han desaparecido. Y, a la vez, han aparecido compañías con su negocio basado en internet que han copado el mercado. Google, Facebook, Amazon, Alibaba... son empresas nacidas en la era de internet que son las de mayor capitalización bursátil y otras creadas antes, como Apple. Samsung o Microsoft, han aprovechado las nuevas tecnologías para crecer exponencialmente, diferenciándose de su competencia.

Esta nueva economía ha modificado también la forma de hacer negocio. Algún ejemplo. Uber es la mayor empresa de transporte de viajeros del mundo y no tiene ningún taxi en propiedad. Y Airbnb puede ser la mayor inmobiliaria del planeta sin contar con ningún piso propio. Ese flujo incesante de información y esa constante interconexión entre todos los agentes económicos -productores, proveedores de servicios, intermediarios, consumidores,...- hacen que los datos se hayan convertido en el oro del siglo XVI o el petróleo del XX.

Por internet empezaron transmitiéndose unos sencillos textos y, treinta años después, admite la circulación de dinero o que un cirujano en Madrid opere a un enfermo que está en un quirófano en Barcelona.

Tim Berners-Lee es presidente también de la Word Wide Web Foundation, cuyo cometido es que la red crezca con limpieza y ayude de verdad al progreso social. Lleva un par de años quejándose: «Mientras la Web ha creado oportunidades, dando voz a grupos marginados y haciendo más fácil nuestras vidas, también ha creado oportunidades para los estafadores, ha dado voz a los que proclaman el odio y hecho más fácil cometer todo tipo de crímenes», decía el martes 12 de marzo con motivo de este aniversario. Es cierto. Es lo que tiene casi cualquier desarrollo humano. La energía nuclear sirve para curar un cáncer y para fabricar una bomba atómica.

Quizá éste es el reto que tiene entre manos internet en los próximos años: desarrollar entre todos el concepto de ética de la nueva economía que defina temas como la neutralidad de la red, la intimidad, la desinformación o el abuso comercial. El otro es facilitar el acceso a esta tecnología a la mayor parte de la población posible.

miércoles, 13 de marzo de 2019

Periodistas y otros trabajos

LA SEMANA pasada el Wall Street Journal ofertaba unos 40 nuevos puestos de trabajo en su redacción. No es mucho si se tiene en cuenta que el periódico emplea a casi 2.000 periodistas, pero, aparte de que no deja de ser noticia que un diario aumente su plantilla en estos tiempos, y aunque no es un fenómeno nuevo, me llamaron la atención las características de los empleos que requería el medio para su redacción, es decir, implicados en la elaboración de contenidos: «La lista incluye a desarrolladores, diseñadores, gerentes, ingenieros, especialistas en datos  y también, fundamentalmente, a periodistas. Ellos crearán contenido original, historias y noticias, y serán un recurso para el cambio en nuestras oficinas y áreas de cobertura», dice la nota del WSJ.

Las nuevas contrataciones se dividen en cinco grupos. Uno es el de jóvenes audiencias, y tiene los objetivos de crear contenidos específicos para este segmento emergente y conocer hacia dónde se dirigen los gustos de los lectores que hay que incorporar al periódico.

El segundo equipo se denomina Membership Engagement, algo así como interacción con la audiencia, y su finalidad es buscar productos con los que enganchar a los lectores. Esto va desde la búsqueda de titulares más adecuados, hasta la creación de boletines y newsletters, pasando los contenidos que animen a la participación de los lectores en el diario.

Un tercer equipo se dedica a la innovación y diseñará nuevos productos periodísticos. El cuarto está especializado en el análisis de datos; diseñará modelos predictivos sobre las preferencias de la audiencia. Y, por último, parte de las nuevas contrataciones se incorporarán al departamento de I+D, para investigar sobre la Inteligencia Artificial o las fake news.

Cierto que estos nuevos cometidos sólo los puedes poner en marcha cuando tienes periodistas que buscan y consiguen noticias que interesan a los lectores. Es imposible desarrollar comunidad o investigar por dónde van las nuevas audiencias si no hay buenos contenidos. Estos trabajos son parte de lo que supone la digitalización del negocio para la empresa periodística y tienen como objetivo ofrecer un mejor producto. Y el Wall Street Journal -como otros grandes diarios- lo puede hacer porque más de un millón y medio de lectores pagan también por la edición digital del diario. Dos conclusiones: si usted quiere un periodismo mejor, debe pagarlo. Y si usted paga, el periódico debe ofrecerle un periodismo mejor.

(Publicado en El Mundo el 12 de marzo de 2019)
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