lunes, 16 de mayo de 2016

Una cuestión de libertad


El artículo 27 de la Constitución, dedicado al derecho a la educación, tiene cuatro referencias explícitas a la libertad. Cuatro, por si no quedaba claro. En el punto 1: "Se reconoce la libertad de enseñanza". En el punto 2: "La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y libertades fundamentales". En el punto 3: "Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la religión religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones". Y en el punto 6: "Se reconoce a las personas físicas y jurídicas la libertad de creación de centros docentes, dentro del respeto a los principios constitucionales".

El espíritu constitucional queda, pues, muy claro: en España la educación es un derecho fundamental y por eso la enseñanza básica es gratuita y existe la libertad de elección del modelo que los padres quieren para sus hijos. En este cuadro hay que enmarcar el nacimiento de la enseñanza concertada.
En el inicio de esta etapa constitucional, la red de centros públicos no podía asumir el volumen de alumnos que hubiera dejado la privada y el PSOE ideó este modelo: los centros privados podrían acceder al presupuesto del Estado con su ideario propio a cambio de que admitieran los mismos requisitos legales que los públicos. De esta forma, el Estado se hacía cargo de la enseñanza -y únicamente de la enseñanza- de los alumnos que continuaran en esos colegios que se sumaran al sistema de conciertos. Como efecto colateral, con este sistema se favorecía el punto 3 del artículo 27 de la Carta Magna, puesto que la mayoría de las escuelas privadas que se sumaron a los conciertos fueron centros regentados por instituciones religiosas que habían proliferado en el franquismo. Los conciertos aseguraban que los padres que quisieran enseñanza religiosa -católica en este caso- pudieran pedirla también en el ámbito de la educación básica y gratuita.

Se trata de centros que tienen libertad de gestión y de ideario siempre que se adapten a ciertos condicionantes establecidos por el Estado, como el límite de alumnos por clase, el calendario lectivo o unas reglas para las admisiones similares a las de la enseñanza pública. Financian su oferta educativa con las subvenciones de la Administración y el resto -las actividades extraescolares, por ejemplo- es cubierto por las familias. La ley impone que esos colegios no pueden cobrar nada por la enseñanza y que cualquier pago para sostener el centro debe ser voluntario.

Hoy día existen muchos colegios concertados laicos, creados por cooperativas de padres, de profesores o por empresas educativas privadas, pero en su momento, casi todas las escuelas que se acogieron al sistema de conciertos fueron los de las congregaciones religiosas. Por eso, entre otras razones, la enseñanza concertada ha estado en el punto de mira de sectores que tienen una visión estatalista de la educación. Se preguntan por qué un Estado aconfesional tiene que subvencionar con fondos públicos la enseñanza religiosa, olvidando el espíritu y la letra de la Constitución, como he recordado al inicio de esta columna.

La enseñanza concertada -sea laica, religiosa o mediopensionista- aunque imperfecta, es el modo más práctico que tenemos de cumplir el artículo 27 de la Constitución. Intentar ahogarla reduciendo sus presupuestos o pretender eliminarla como proponen Podemos e IU es atentar contra la libertad de enseñanza que rige en España desde 1978. Es decir, contra el derecho que tienen los padres a elegir la educación -gratuita- que quieren para sus hijos.

@vicentelozano

domingo, 8 de mayo de 2016

La vida viene con cartucheras

No sé si el autor de la campaña de Blanca Suárez para Women'secret ha usado ese programa de edición de ilustraciones que se llama Photoshop. La actriz quiso enseñar, con otra fotografía, que no le hace falta el uso de esa técnica que enmascara imperfecciones. Porque de eso trata esta utilización del Photoshop. De adecuar a la realidad los paradigmas admitidos como aceptables por la sociedad. El mundo de la belleza corporal es el mejor ejemplo: hay que disimular lo que no es perfecto. Se eliminan las arrugas, no hay michelines ni cartucheras, aparecen las tabletas y los brazos musculados... Y se crea una ilusión -"concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos", define la RAE-. Así está montada la cosa... en muchos ámbitos de la vida. Porque existe una especie de Photoshop social que crea una realidad virtual para evadirnos de lo cotidiano cuando lo cotidiano no es todo lo bonito que nos gustaría. La vida viene con cartucheras y sin tableta.

(Publicado en El Mundo el 3 de mayo de 2016)

@vicentelozano