viernes, 23 de enero de 2015

Si Syriza lo hace bien...




Syriza y Podemos tienen muchas diferencias, aunque no lo parezca Alexis Tsipras dirige una coalición de partidos de izquierda constituidos previamente a su integración. Está en el Parlamento griego desde 2004 y en las elecciones de junio 2012 se consolidó como la segunda fuerza política del país, con el 26,9% de los votos y 71 diputados. Podemos sólo tiene de bagaje los cinco eurodiputados que logró en las elecciones europeas de 2015. El partido proviene de un movimiento asambleario, con líderes sólidos en la cúpula nacional, sí, pero muy líquidos en las bases:nadie sabe el control real que ejerce el aparato de Pablo Iglesias sobre los círculos. Syriza es una realidad; Podemos, una posibilidad.

Pero tanto a Syriza como a Podemos les interesa mirarse en el espejo del otro. Los griegos, porque su país es muy pequeño en el contexto del euro y puede presentar a sus electores a un hermano con posibilidades electorales en un grande de la UE. Podemos, para hacer ver en España que su plan de gobierno se puede llevar a la práctica sin que se hunda el mundo. El tiempo juega a favor de los españoles

Ésa es la cuestión. ¿Podrá un Gobierno de Syriza sacar a los griegos del estado de postración al que los ha sometido el rescate? Necesitará la ayuda de la troika, pero no es ninguna 'boutade' pensar que puede ser así.

A nadie le interesa que Grecia salga del euro. Ni a los helenos, porque a las consecuencias económicas habría que añadir las políticas, al quedarse pegado a Turquía sin el cobijo político europeo. Ni a Angela Merkel y al resto de la UE: cuando la recuperación empieza a encarrilarse, es demasiado riesgo abrir el melón de la fractura de la moneda única. Si no hay un vuelco de última hora, Tsipras podrá gobernar solo o con ayuda de otra formación. y en ese contexto hay que situar el panorama postelectoral en Grecia.

Así, lo razonable es un acuerdo entre el nuevo Gobierno y la UE. La situación financiera de Grecia ha cambiado sustancialmente en los últimos meses y un dato importantísimo es que el país ha alcanzado superavit primario en sus cuentas -ingresos públicos por encima de los gastos, descontando el pago los intereses de la deuda-. Hay que recordar que un pacto de 2012 entre el Eurogrupo y los helenos establecía una relajación de las condiciones del rescate cuando se alcanzase ese objetivo.

Es decir, la Troika y el nuevo Gobierno tienen un cierto margen para negociar una ampliación de de los plazos de pago de la deuda y una nueva reducción de los intereses. Hay analistas que dicen que un acuerdo de relajación de condiciones en el que no aparezca la palabra quita sería asumible por el Ejecutivo heleno y por los europeos, encabezados por el alemán. Esto permitiría a Syriza aplicar parte de su programa económico, no muy distinto por cierto-como el de Podemos- al que presentó el PSOE en las elecciones en 2011.«Somos un partido de izquierda radical, pero nuestras propuestas son razonables», decía el miércoles en este periódico Yanis Varoufakis, ministro de Economía en la sombra de Syriza.

¿Hasta que punto puede repercutir todo esto en España? Desde luego, este acuerdo Syriza-troika sería un experimento que se puede hacer en un país rescatado y que apenas supone un 2% del PIB de la UE. Unas condiciones muy distintas a las de España, que ni está intervenido y es la cuarta economía del euro. Pero sería muy interesante ver cómo va cambiando la cara de buena parte de los políticos españoles al ver que, según se acercan las elecciones generales, las recetas de Syriza van surtiendo efecto... con el beneplácito de la Troika.

@vicentelozano

viernes, 16 de enero de 2015

Yo no soy Charlie Hebdo


Me gustó esto de The New York Times, escrito por David Brooks, que publicó El País tras los atentados de París:

A los periodistas de Charlie Hebdo se les aclama ahora justamente como mártires de la libertad de expresión, pero seamos francos: si hubiesen intentado publicar su periódico satírico en cualquier campus universitario estadounidense durante las dos últimas décadas, no habría durado ni treinta segundos. Los grupos de estudiantes y docentes los habrían acusado de incitación al odio. La Administración les habría retirado toda financiación y habría ordenado su cierre.

La reacción pública al atentado en París ha puesto de manifiesto que hay mucha gente que se apresura a idolatrar a quienes arremeten contra las opiniones de los terroristas islámicos en Francia, pero que es mucho menos tolerante con quienes arremeten contra sus propias opiniones en su país.

Fíjense si no en todas las personas que han reaccionado de manera exagerada a las microagresiones en los campus. La Universidad de Illinois despidió a un catedrático que explicaba la postura de la Iglesia católica respecto a la homosexualidad. La Universidad de Kansas expulsó a un catedrático por arremeter en Twitter contra la Asociación Nacional del Rifle. La Universidad de Vanderbilt retiró el reconocimiento a un grupo cristiano que insistía en que estuviese dirigida por cristianos.

Puede que los estadounidenses alaben a Charlie Hebdo por ser lo bastante valiente como para publicar viñetas que ridiculizaban al profeta Mahoma, pero cuando Ayaan Hirsi Ali es invitada al campus, suele haber peticiones de que se prohíban sus intervenciones.

Así que esta podría ser una ocasión para aprender algo. Ahora que nos sentimos tan apenados por la masacre de esos escritores y directores de periódico en París, es un buen momento para adoptar una postura menos hipócrita hacia nuestras propias figuras controvertidas, provocadoras y satíricas.
Supongo que lo primero que hay que decir es que, independientemente de lo que uno haya publicado en su página de Facebook este viernes, es inexacto que la mayoría de nosotros afirmemos “Je suis Charlie Hebdo” o “Yo soy Charlie Hebdo”. La mayoría de nosotros no practicamos de verdad esa clase de humor deliberadamente ofensivo en la que está especializada ese periódico.

Puede que hayamos empezado así. Cuando uno tiene 13 años, parece atrevido y provocador épater la bourgeoisie [escandalizar a la burguesía], meterle el dedo en el ojo a la autoridad, ridiculizar las creencias religiosas de otros. Pero, al cabo de un tiempo, nos parece pueril. La mayoría de nosotros pasamos a adoptar puntos de vista más complejos sobre la realidad y más comprensivos con los demás. (La ridiculización se vuelve menos divertida a medida que uno empieza a ser más consciente de su propia y frecuente ridiculez). La mayoría tratamos de mostrar un mínimo de respeto hacia las personas con credos y fes diferentes. Intentamos entablar conversaciones escuchando en vez de insultando. Pero, al mismo tiempo, la mayoría de nosotros sabemos que los provocadores y otras figuras estrafalarias cumplen una función pública útil. Los humoristas y los caricaturistas exponen nuestras debilidades y vanidad cuando nos sentimos orgullosos. Minan el autobombo de los triunfadores. Reducen la desigualdad social al bajar a los poderosos de su pedestal. Cuando son eficaces, nos ayudan a enfrentarnos a nuestras flaquezas en grupo, ya que la risa es una de las experiencias cohesivas por antonomasia.

Es más, los expertos en provocación y ridiculización ponen de relieve la estupidez de los fundamentalistas. Los fundamentalistas son gente que se lo toma todo al pie de la letra. Son incapaces de adoptar puntos de vista diversos. Son incapaces de ver que, aunque su religión pueda ser digna de la más profunda veneración, también es cierto que la mayoría de las religiones son un tanto extrañas. Los humoristas señalan a quienes son incapaces de reírse de sí mismos y nos enseñan a los demás que probablemente deberíamos hacerlo también. En resumen, al pensar en quienes provocan y ofenden, deseamos mantener unas normas de civismo y respeto y, al mismo tiempo, dejar espacio a esos tipos creativos y desafiantes que no tienen las inhibiciones de los buenos modales y el buen gusto.

Cuando se intenta combinar este delicado equilibrio con las leyes, las normas sobre el discurso y los ponentes vetados, se acaba teniendo una censura pura y dura y unas conversaciones acalladas. Casi siempre es un error tratar de silenciar el discurso, fijar normas sobre él y cancelar las invitaciones de los ponentes.

Por suerte, los modales sociales son más maleables y flexibles que las normas. La mayoría de las sociedades han logrado mantener ciertas reglas de civismo y respeto a la vez que han dejado la vía abierta a quienes son divertidos, descorteses y ofensivos.

En la mayoría de las sociedades, los adultos y los niños comen en mesas separadas. La gente que lee Le Monde o las publicaciones institucionales se sienta a la mesa de los adultos. Los bufones, los excéntricos y las personas como Ann Coulter y Bill Maher están en la mesa de los niños. No se los considera del todo respetables, pero se los escucha porque, con su estilo de misil descontrolado, a veces dicen cosas necesarias que nadie más dice.

Las sociedades sanas, en otras palabras, no silencian el discurso, pero conceden un estatus diferente a los distintos tipos de personas. A los eruditos sabios y considerados se los escucha con gran respeto. A los humoristas se los escucha con un semirrespeto desconcertado. A los racistas y a los antisemitas se los escucha a través de un filtro de oprobio y falta de respeto. La gente que desea ser escuchada con atención tiene que ganárselo mediante su conducta.

La masacre de Charlie Hebdo debería ser una oportunidad para poner fin a las normas sobre el discurso. Y debería recordarnos que, desde el punto de vista legal, tenemos que ser tolerantes con las voces ofensivas, aunque seamos selectivos desde el punto de vista social.

Traducción de News Clips. © The New York Times.