martes, 14 de septiembre de 2010

El preocupante desvarío de Zapatero


La intervención de Zapatero en la conferencia organizada por el Fondo Monetario Internacional en Oslo fue muy, muy preocupante. Que el presidente del Gobierno acuda a una reunión internacional sobre el el crecimiento y el emoleo y no se le ocurra proponer más que las ideas peregrínas del ofrecer España como "laboratorio" de ideas contra el desempleo y de la "formación como trabajo" indica que ya no sabe qué hacer para reducir el paro en nuestro país.

Esto es lo más grave de lo ocurrido en Oslo. España se presentó allí con la tasa de paro más alta de los países desarrollados, con un desempleo juvenil que alcanza el 40% de la población de esa edad, con más de 2,7 millones de puestos de trabajo destruidos en tres años... y el presidente fue incapaz de aportar una sola idea o iniciativa que ayude a revertir la situación.

Dicen que Zapatero improvisó. Si es así, la reacción de la opinión públida de hoy le tiene que hacer reconsiderar que hay temas serios que hay que llevar estudiados a las reuniones internacionales. Porque ayer los analistas estaban pendientes de las recetas que podría aportar Zapatero contra el paro, de alguna idea -no hacía falta que fuera propia- que proporcionarac pistas de lo que el Gobierno considera que hay que hacer para reactivar el mercado de trabajo en España. Al margen, claro de ese abaratamiento del despido que ha supuesto la reforma laboral.

Pero el presidente no dijo nada interesante sobre la movilidad laboral, sobre la negociación colectiva, sobre estímulos fiscales a las empresas, sobre planes de reconversión de sectores agotados, sobre innovación y formación -la idea de los parados se califica por sí misma-, sobre inversión en I+D,...

Efectivamente, el mercado laboral español pasa por una situación muy complicada. Vivía de la construcción, del turismo y de otros sectores -como el automovilístico- que no volverán a ser como antes, Y muchos empleos que se han perdido en los servicios -sector financiero, por ejemplo- tampoco tienen visos de recuperación a corto plazo. Pero el Gobierno no puede dar la impresión de haber tirado la toalla como hizo ayer Zapatero. Hay solución, seguro. Pero, al menos hay que crear el clima para ello. Ni el presidente ni sus ministros están en condiciones de hacerlo.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Creer en Hawking, creer en Dios


Me he hecho muchas veces la pregunta ¿qué había un nanosegundo antes del Big Bang? La respuesta más racional que he encontrado es que allí estaba el que puso ese núcleo primigenio y ordenó que estallara.

La pregunta y la respuesta me han vuelto a surgir al hilo de los comentarios sobre el último libro de Stephen Hawking, en el que, según lo que conocemos de él porque todavía no se ha publicado, dice que Dios no es necesario para explicar el origen del Universo. Desde que se conoció este pensamiento se han vertido todo tipo de comentarios sobre su existencia. La de Dios, no la de Hawking.

Pero esta teoría encierra una tremenda paradoja. El que siga a Hawking hasta aquí necesita un acto de fe, ya que el científico no puede aportar argumentos racionales para concluir que el Universo nació de la nada por generación espontánea o que se formó a partir de unas leyes preexistentes -¿a qué? ¿qué leyes regían la nada?-. Te lo crees o no. Y no hay nada más paradójico que cimentar en la fe la inexistencia de Dios.

Y a raíz del libro de Hawking ha salido a la luz otro planteamiento con el que se han culminado muchos de los comentarios de estos días. Viene a decir que el mundo es demasiado difícil –guerras, catástrofes naturales, enfermedades, en definitiva- como para que un Dios todopoderoso sí, pero también bondadoso y misericordioso, lo haya creado y lo rija desde su principio. “¿Un Dios bueno que permite el mal? No me cabe en la cabeza, no lo entiendo, por lo que no puede ser posible”, se viene a decir.

Pero esa es otra cuestión. Primero hay que preguntarse ¿qué/quién es Dios? y quizá podamos llegar a respuestas más o menos satisfactorias desde la razón. A partir de hay surge el segundo interrogante: ¿cómo es Dios? Y esta contestación sí exige la fe.