miércoles, 25 de marzo de 2020

#unanoticiapositiva



DESDE el inicio del confinamiento, y con la etiqueta #unanoticiapositiva, subo a Twitter cada día algo que nos dé un poco de esperanza en este tiempo de penuria. Son estadísticas, gestos personales o actitudes colectivas que pueden suponer un cierto alivio. Hay muchas más, pero éstas son algunas de las que me he encontrado cuando repaso la prensa y las redes sociales.

17 de marzo. El consejero delegado de Delta Airlines, Ed Bastian, renuncia a seis meses de salario para reducir costes a la empresa, en crisis por la caída del transporte aéreo.

18 de marzo
. Primer día sin ningún contagiado local en China desde que se inició la pandemia en Wuhan.

19 de marzo. Inditex anuncia que pagará el sueldo íntegro a su plantilla hasta el 15 de abril. Arturo Calle, empresario textil colombiano, dice que mientras tenga caja abonara los salarios a sus 6.000 empleados.

20 de marzo. Los aplausos en los balcones hacen caer el consumo de internet en toda España. Todas las tardes, a las 20.00 horas, baja la gráfica porque una inmensa mayoría deja de navegar para mostrar su apoyo al personal sanitario.

20 de marzo
. El presidente de Huawei dona a España un millón de mascarillas. Eran para su plantilla, pero ya no le hacen falta ante la mejoría en su país.

21 de marzo. Se extuba al primer paciente del coronavirus en la UCI del hospital Clínico de Madrid. El día siguiente, en el hospital General de Castellón el personal de la UCI despidió con aplausos al primer paciente que abandonaba la unidad.

21 de marzo. Los vecinos de una urbanización de Badalona aplauden larga y espontáneamente a la chica que acude a vaciar las papeleras públicas, limpiar la calle y recoger las bolsas de basura que hay junto a los contenedores.

22 de marzo. La Comunidad de Madrid cubre en un día todas las plazas de voluntariado para el coronavirus. Se apuntaron más de 7.000 personas.

22 de marzo
. Una alianza entre el Consorcio de la Zona Franca de Barcelona, HP Seat y el centro tecnológico Leitat desarrolla un respirador de campaña construido mediante impresión 3D y podrá fabricar hasta cien unidades diarias.

23 de marzo. May, joven enfermera de UCI en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla y madre de un bebé, pide adscribirse voluntariamente al «equipo específico del coronavirus».

24 de marzo. Hubei, el epicentro de la pandemia en China, pone fin al confinamiento.
ró la pandemia.o

Es un reflejo de los miles de gestos que palpamos estos días en todos los sectores de la sociedad.

(Publicado en El Mundo el 24 de marzo. Después he añadido cosas, claro)

sábado, 21 de marzo de 2020

La guerra que no hemos vivido

Hablaba estos días con Iñaki Gil, corresponsal de ese periódico en París, y me decía que el coronavirus es la guerra que estas generaciones
-desde los baby boomers- no hemos vivido. Tiene razón. Es una crisis sanitaria de una magnitud planetaria que va a tener fatales consecuencias políticas, sociales y económicas. Como una guerra. La pregunta es si Europa está preparada para afrontarla. Y, lamentablemente, la respuesta no es positiva. Vimos un ejemplo el pasado jueves 12, cuando la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, afirmó que el BCE no estaba para to close spreads, es decir, para reducir las primas de riesgo que hay entre países. Esto, referido, como se refirió, al miembro de la Eurozona que peor lo estaba pasando por la crisis sanitaria provocó que se disparara la prima de Italia y el desplome de las bolsas.

Lagarde reconoció su error posteriormente, pero ya era tarde. Los inversores esperaban apoyo desde la autoridad monetaria y no lo encontraron. Hasta que el BCE rectificó en toda regla y puso el helicóptero a volar con ese plan de emergencia pandémica de 750.000 millones de euros. Un plan que trata de hacer creíble -hagan lo que hagan, el BCE estará detrás- para paliar las consecuencias económicas de la crisis sanitaria.

Unas consecuencias que pueden ser calamitosas. Pedro Sánchez afirmó el miércoles en el Congreso que económicamente, este año va a tener nueve o diez meses. En otras palabras, eso quiere decir que el PIB se va a reducir entre una cuarta y una quinta parte. Es decir, España entrará en recesión. Como la Unión Europea.

Martin Wolf, jefe de análisis económico de Financial Times, describía el miércoles un panorama económico desolador, aunque especificaba que de duración limitada: «Es probable que muchos hogares y empresas se queden pronto sin dinero. Incluso en los países ricos, una gran parte de la población prácticamente no tiene ahorros líquidos. El sector privado -sobre todo el sector corporativo no financiero- también se ha endeudado en exceso. Por todo ello, la demanda de los consumidores se debilitará aún más. Quebrarán empresas. La gente se negará a vender a compañías que pueden quebrar, a menos que paguen por adelantado. Volverán las dudas sobre la salud del sistema financiero. Existe un riesgo de que se produzca un colapso de la demanda y de la actividad que va mucho más allá del impacto directo de la emergencia sanitaria».

Para evitar esto hace falta una economía de guerra. Y en la guerra hay que comportarse como en la guerra: con un mando único, un objetivo claro y sin escatimar medios para vencer. En Europa hemos visto que cada Gobierno está haciendo la guerra por su cuenta -a la fuerza ahorcan- con planes de estímulos milmillonarios para insuflar liquidez en la economía y evitar el colapso del que habla Wolf. Todos, cada uno con su magnitud en función de la economía de cada país, están bien enfocados, pero hace falta más por parte de la Unión Europea.

Lagarde ha enmendado su error con ese plan de 750.000 millones. Al final, respaldó así a Italia y al resto de países. Hace falta ese apoyo, sin preocuparse en estos momentos de lo que puede pasar después, porque si no se pone remedio ahora con medidas concretas, ese después puede asemejarse al escenario que hay tras de una guerra. La guerra que no hemos vivido los de ahora.

(Publicado en El Mundo el 20 de marzo de 2020)

miércoles, 18 de marzo de 2020

Lo mejor de nosotros mismos

Todos, en todo el mundo, estamos anonadados. Vemos cómo un virus que aparece un día en una ciudad china es capaz de paralizar, literalmente, medio planeta. El mundo desarrollado, donde más se ha cebado la pandemia, vive escenas casi apocalípticas, similares a las narradas por Michael Crichton en La amenaza de Andrómeda (1969), que Robert Wise convirtió en imágenes en 1971: casi todo desierto y personal con trajes de seguridad patrullando por las calles de un pueblo -en la novela- de ciudades con millones de personas -en la realidad-.
Y nos cuesta entender. Esta sociedad tecnológica, la del iPhone, la del coche autónomo, la del 5G, la de los algoritmos, la del viaje a Marte puede verse paralizada. No todo está al alcance del hombre. No somos autosuficientes. No somos todopoderosos, aunque en algún momento nos hubiera parecido que sí. Como escribía Pedro Cuartango, lo que nos está ocurriendo es "una lección de humildad" que pone en evidencia la fragilidad de la condición humana. Pero en esa fragilidad -y a pesar de ella- hay hombres y mujeres que afloran lo mejor de sí mismos y dan lecciones de vida. Con ello hay que quedarse.
Con el personal sanitario que trabaja todo lo que haya que trabajar sin reparar en el cansancio. Con quienes tienen la misión de preservar el orden público en el estado de alarma. Con los ciudadanos que dedican horas y horas en todos los oficios en condiciones precarias para que no falte nada a los demás. Con quienes que se han ofrecido a ayudar a los que tienen necesidad de algo, desde hacerles la compra, dar clases por internet hasta distribuir medicinas a quien no puede valerse. Con los pequeños empresarios y autónomos que hacen todo lo posible por preservar los puestos de trabajo en estas circunstancias. Con los grandes empresarios que ponen al servicio de la sociedad sus productos o sus servicios sin ánimo de lucro.
Con todos los que han respondido al aviso de que hacía falta sangre en los hospitales. Con los que siguen al pie de la letra las indicaciones oficiales para no propagar el virus ni colapsar los hospitales. Con los enfermos y sus familias, que son conscientes de las circunstancias extraordinarias en las que se encuentran y no exigen lo que el sentido común no puede exigir. Con las familias de las víctimas. Con quienes se esfuerzan por tener bien informada a la sociedad. Con los políticos -también-, que tienen que liderar y dar la cara ante la sociedad por una situación muy difícil y sin precedentes. Con...
(Publicado en El Mundo el 17 de marzo de 2020)

domingo, 8 de marzo de 2020

Somos vulnerables

UN VIRUS nos está mostrando lo vulnerables que somos. Una gripe desconocida hasta ahora puede paralizar el mundo. Literalmente. Se nota en la reducción de los movimientos de personas, en la cancelación de eventos multitudinarios y en el frenazo económico. Hemos visto la repercusión que ha tenido la suspensión del Mobile World Congress de Barcelona y veremos qué pasa con los Juegos Olímpicos, la celebración emblema de nuestra época.
El coronavirus logra lo que no consigue ni el racismo -suspender competiciones deportivas- ni el odio a la religión, que no haya misas. Incluso un emblema como el museo del Louvre ha cerrado sus puertas. La epidemia llegará a todo el mundo antes o después, como vaticinan los expertos, a la vez repiten que su incidencia mortal es mínima. El coronavirus está atacando la libertad de movimientos de las personas.
También estamos viendo lo vulnerables que somos en la economía. Las bolsas ha perdido alrededor del 10% de su valor en la última semana, la peor desde la crisis del euro en 2010. El dinero, que vagaba por todo el mundo, también tiene miedo, ha decidido recluirse en sus cuarteles. Se refugia en lo conocido. ¿Quién invierte ahora en la bolsa china? Por temor al coronavirus los capitales dejan de moverse libremente por todo el mundo.
Hay grandes empresas, casi inamovibles, como Apple, que ya han anunciado que no podrán conseguir el objetivo previsto de ventas y beneficios por el coronavirus ante la dificultad de que lleguen los componentes que necesita para fabricar sus dispositivos. Y como Apple, miles de compañías de todos los sectores. La epidemia también está frenando la libertad de movimiento de mercancías.
Hasta la OCDE habla de riesgo de recesión. Un virus está consiguiendo restringir la libertad de movimientos de las personas, de los capitales y de las mercancías. Aquello por lo que ha soñado el liberalismo de los últimos tiempos y que también se ha denominado la globalización. Se están tomando decisiones que ni en caso de guerra. Hay una sensación cierta de que el mundo se está parando.
Todo ello se da en un momento en la que la' libertad de movimientos' de la información es mayor que nunca. Somos vulnerables y es bueno que pensemos sobre ello.
Y otro asunto. El Gobierno del diálogo que dialoga sólo de lo que le interesa aprueba hoy una ley de enseñanza -la enésima- sin consenso de la comunidad educativa ni de la oposición. Será otro fracaso. El enésimo.
(Publicado en El Mundo el 4 de marzo de 2020)