martes, 9 de agosto de 2016

Desafío yihadista y cortedad de miras


(Publicado en El Mundo el 28 de julio de 2016)

Había pensado escribir esta semana sobre los 30.000 españoles que seguían cobrando una pensión de jubilación a la que no tenían derecho porque sus beneficiarios habían fallecido, quedándose con un dinero que no les correspondía. Es decir, quitándoselo al resto de los ciudadanos.

Me reforzó esta idea conocer que Hacienda ha detectado a través de drones ¡1,7 millones de inmuebles! con datos falseados, por los que los presupuestos de los ayuntamientos dejaban de ingresar más de 1.200 millones de euros: dinero que no se emplea en servicios a los ciudadanos. O que España es el país de la Unión Europea más afectado por la falsificación de bebidas alcohólicas, que hace perder al Tesoro 90 millones en impuestos al año y a las compañías fabricantes casi 300 millones. Merecía la pena hacer una reflexión sobre si hay alguna relación entre la corrupción política y esa cierta podredumbre social a la que no prestamos demasiada atención pero que existe y está más extendida de lo que parece. Aquí está apuntado, aunque la reflexión quede para mejor ocasión.

Necesariamente tenemos que fijarnos en los trágicos y cercanos acontecimientos de estos días. Porque el yihadismo ha trasladado ya definitivamente el campo de batalla a Europa. Como ha afirmado el presidente francés tras el asesinato del sacerdote Jacques Hamel, "el Estado Islámico nos ha declarado la guerra", recalcando aquel "esto es un acto de guerra" con el que calificó los atroces crímenes de París en noviembre de 2015. El terrorismo islamista actúa en Europa desde 2004 y no hay que olvidar que los atentados de Atocha en Madrid siguen siendo los más graves por número de víctimas causados por el yihadismo en el continente. Después fue Londres en 2005 y en 2013. Y desde el ataque a la revista Charlie Hebdó, en París en enero del año pasado, Europa central se ha convertido en un escenario bélico para el IS: tras Francia, llegó Bélgica y, ahora, Alemania.

A los europeos nos preocupa más ahora porque ya tenemos el terrorismo dentro. Pero ha llegado mientras sigue arrasando territorios enteros, tras matar a diestro y siniestro y someter a cientos de miles de personas a sus dictados intransigentes, en Siria, en Irak, en Afganistán, en Mali, en Nigeria, en Sudán del Sur... El martes nos sobrecogíamos con la degollación de Hamel al pie del altar en una iglesia de Normandía, pero el obispo católico de Alepo, por ejemplo, lleva tiempo denunciando que en esa ciudad había 260.000 cristianos -católicos y ortodoxos- antes de empezar la guerra en Siria y hoy no quedan más de 50.000. Muchos han conseguido huir. Otros han sido masacrados.

No creo que ésta sea una guerra de religión. Los terroristas que han cometido los últimos atentados en Europa dicen que matan en nombre de Alá, pero no se comportan como quiere Alá. Se trata de un choque entre unos exaltados que atacan a fuego y cuchillo, literalmente, frente a una inmensa mayoría que intenta defenderse -en Oriente Próximo, en África, en Asia y en Europa- con la ley y el respeto a los derechos humanos. Un conflicto no declarado que ha supuesto ya el mayor número de muertos y de desplazados desde la Segunda Guerra Mundial. El desafío es titánico y exige que los Gobiernos empleen los cinco sentidos durante las veinticuatro horas del día para tratar de superarlo por todos los medios.

Ante este reto por garantizar la libertad y la seguridad de los ciudadanos, qué cortísimos de miras quedan unos líderes políticos que llevan siete meses perdiendo el tiempo, incapaces de formar un Gobierno en nuestro país.