lunes, 21 de mayo de 2012

'Papá, ¿por qué somos españoles?'

La agencia de publicidad Sra. Rushmore ideó un genial anuncio de televisión para promocionar el club Atlético de Madrid en 2001. El famosísimo «Papá, ¿por qué somos del Atleti?», que un niño dirigía a su padre, sin que éste fuera capaz de contestarle. Esa pregunta refleja la actitud de quien ha vivido en un mundo ideal y, de repente, se da cuenta de que lo suyo no es lo mejor. Que la realidad ha puesto en su sitio parte de sus sueños, aunque durante un tiempo se hubiera creído el rey del universo. Es posible que muchos españoles se sientan así, especialmente en las dos últimas semanas. Cuando parecía que con ajustes y sacrificios la cosa se iba encarrilando, da la sensación de que hemos retrocedido buena parte de lo avanzado; no sólo desde que Rajoy tomara las riendas de este tinglado, sino desde aquel fin de semana de mayo de 2010 en el que Zapatero recibió su baño de realidad.

La crisis de Bankia dice que la reforma del sistema financiero no ha terminado y la desviación de los déficits de Madrid y la Comunidad Valenciana ponen en duda los logros del Consejo de Política Fiscal y Financiera. No es de extrañar, pues, que la prima de riesgo se haya olvidado estos días de la reforma laboral, de la bancaria, de la Ley de Estabilidad Presupuestaria, de los ajustes o de las subidas de impuestos. El marcapasos está disparado mientras que el país se encuentra al borde de la depresión social.

Es lógico que cuando los mercados nos colocan más cerca que nunca de Grecia o de Portugal que de Francia o Alemania sintamos un cierto desasosiego interior . ¿No estuvimos a punto de formar parte del agraciado club del G-8? ¿No protagonizamos durante veinte años lo que se denominó milagro económico español? ¿No fuimos la sensación del mundo cuando el 70% del empleo que se creaba en la UE se generaba en España? ¿Cómo se ha desintegrado como un azucarillo en agua casi todo lo conseguido? Sencillamente, porque la etapa del esplendor no sirvió para poner las bases que necesitaba una economía sólida y moderna. Por eso, puede parecer obsceno pedir al Gobierno que piense también a 25 años vista cuando tiene que estar apagando incendios cada cinco minutos, pero es la única forma de poner los cimientos para construir con firmeza el futuro. Y para eso le pagamos.

Un ejemplo puede ilustrarlo. Entre 2000 y el tercer timestre de 2007 se crearon en España un millón de puestos de trabajo en la construcción. Un auténtico récord, sí, pero en su momento nadie cayó en que cientos de miles de estos empleos fueron para jóvenes que dejaron sus estudios porque en las obras se ganaba mucho dinero. Desde esa fecha se han perdido 1,5 millones de empleos y cientos de miles de ellos corresponden a trabajadores entre 25 y 40 años sin formación porque no acabaron sus estudios y, por tanto, con escasas posibilidades de encontrar trabajos estables.

Hay que recordar cuando el entonces ministro de Trabajo Jesús Caldera volvía de Bruselas muy ufano porque sus colegas le habían felicitado al ver las impresionantes cifras de la creación de empleo en España durante su mandato. Pero aquel Gobierno -y los anteriores y los posteriores- cometió el inmenso error de creérselo y de no modificar un sistema educativo que registraba tasas inaceptables de abandono escolar y de un mercado de trabajo absolutamente volátil, que creaba empleos temporales y sin cualificación que han desaparecido con más rapidez que con la que se crearon. Hoy vemos las consecuencias.

Este Gobierno parte con la ventaja de conocer los errores pasados y ha dado muestras de querer acometer esas reformas profundas. Lo grave es que tiene que ocuparse de lo urgente sin olvidar lo importante. Y lograr que los hijos de nuestros hijos puedan decir, sin patrioterismos, «Papá, ¡somos españoles!».

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