miércoles, 8 de septiembre de 2010

Creer en Hawking, creer en Dios


Me he hecho muchas veces la pregunta ¿qué había un nanosegundo antes del Big Bang? La respuesta más racional que he encontrado es que allí estaba el que puso ese núcleo primigenio y ordenó que estallara.

La pregunta y la respuesta me han vuelto a surgir al hilo de los comentarios sobre el último libro de Stephen Hawking, en el que, según lo que conocemos de él porque todavía no se ha publicado, dice que Dios no es necesario para explicar el origen del Universo. Desde que se conoció este pensamiento se han vertido todo tipo de comentarios sobre su existencia. La de Dios, no la de Hawking.

Pero esta teoría encierra una tremenda paradoja. El que siga a Hawking hasta aquí necesita un acto de fe, ya que el científico no puede aportar argumentos racionales para concluir que el Universo nació de la nada por generación espontánea o que se formó a partir de unas leyes preexistentes -¿a qué? ¿qué leyes regían la nada?-. Te lo crees o no. Y no hay nada más paradójico que cimentar en la fe la inexistencia de Dios.

Y a raíz del libro de Hawking ha salido a la luz otro planteamiento con el que se han culminado muchos de los comentarios de estos días. Viene a decir que el mundo es demasiado difícil –guerras, catástrofes naturales, enfermedades, en definitiva- como para que un Dios todopoderoso sí, pero también bondadoso y misericordioso, lo haya creado y lo rija desde su principio. “¿Un Dios bueno que permite el mal? No me cabe en la cabeza, no lo entiendo, por lo que no puede ser posible”, se viene a decir.

Pero esa es otra cuestión. Primero hay que preguntarse ¿qué/quién es Dios? y quizá podamos llegar a respuestas más o menos satisfactorias desde la razón. A partir de hay surge el segundo interrogante: ¿cómo es Dios? Y esta contestación sí exige la fe.

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