miércoles, 13 de mayo de 2020

Facebook como árbitro de la libertad de expresión

En enero de 2018, en el post que sube todos los inicios de año Mark Zuckerberg para los usuarios de la red, incluyó un propósito para el ejercicio que acababa de empezar: “arreglar Facebook” (to fix Facebook): “Mi desafío personal para 2018 es centrarme en solucionar estos problemas importantes. No evitaremos todos los fallos o abusos al aplicar nuestras políticas y evitar el uso indebido de nuestras herramientas, pero ahora cometemos demasiados errores”. Todavía no había saltado el escándalo de Cambridge Analytica, pero la red social por antonomasia ya era criticada por su papel en el ascenso a la presidencia de Estados Unidos de Donald Trump un par de años antes.

No le apetecía demasiado la idea al fundador. Zuckerberg reconocía que los problemas que tenía enfrente eran complejos “técnica y filosóficamente”, porque afectaban a la razón de ser de Facebook: de ofrecer una herramienta para poder “compartir todo con todos”, a tener que dirigir y controlar ese tremendo flujo de comunicaciones. “No queremos ser árbitros de la verdad ni desalentar el intercambio de opiniones”, decía.

Pero no ha tenido mas remedio que claudicar. Y, además de otras cuestiones importantes en el desarrollo de la red social, su fundador ha creado un consejo editorial/tribunal supremo/consejo asesor compuesto por 20 personalidades de todo el mundo, que se encargarán, nada menos, de vigilar la libertad de expresión en Facebook. Su nombre oficial es oversight board. Es independiente de Facebook, con presupuesto propio -aunque se lo proporciona la propia red social- y está compuesto por personas relevantes del mundo del derecho, de internet y del periodismo. Ellos serán los responsables de decidir qué es libertad de expresión en Facebook.

Alan Rusbridger, director de The Guardian durante una veintena de años, es uno de los miembros de ese consejo. Publicó en su página de Medium las razones que le han llevado a aceptar el nombramiento:

“¿Por qué he aceptado unirme? La crisis mundial de Covid-19 que vivimos ejemplifica los peligros mortales de un mundo de caos informativo. Las sociedades y las comunidades no pueden funcionar a menos que haya un consenso sobre los hechos y la verdad. Y el coronavirus es, de alguna manera, simplemente un ensayo general para los desafíos aún mayores como el cambio climático.

Al mismo tiempo, hay una crisis de libertad de expresión, con oligarcas, líderes populistas y algunas corporaciones que tratan de deslegitimar y reprimir las voces de quienes los desafían. Finalmente, hay una crisis del periodismo: tanto el modelo económico que lo sustenta como los niveles generalmente bajos de confianza que goza en gran medida. Facebook se encuentra en el centro de estas crisis entrelazadas, y no es difícil ver por qué está atado tratando de resolver algunas de ellas”.

“¿Funcionará?”, termina Rusbridger: “En mi opinión, no hay excusa para no intentarlo. El equilibrio entre la libertad de expresión y la necesidad de una plaza pública mejor organizada es una de las causas más urgentes que puedo imaginar”.

Facebook tiene más de 2.000 millones de usuarios registrados en todo el mundo. Junto con Google, concentran más del 60% de la publicidad digital que se mueve en el planeta. Es un monstruo de la comunicación que va a estar asesorado por veinte personas -serán cuarenta en el futuro- sobre qué contenidos se pueden mover libremente por la red y cuáles no. Un grupo de escogidos que va decidir qué pueden contar los ciudadanos y qué no en todo el mundo. El propósito es apasionante, pero suena inquietante y peligroso.
Muchas repercusiones en el mundo de la política y de los medios. Seguiremos comentando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario