domingo, 5 de abril de 2020

Morir solos

Nos estamos dando de bruces con la muerte. Claro que cada uno ha notado en su vida la experiencia del fallecimiento de familiares y amigos, pero la brutalidad de la pandemia hace que la veamos mucho más agresiva, aunque fallezcan personas que no conocemos. Morir sin la familia en una UCI o en la habitación de una residencia no debería ocurrirle a nadie.

Hemos informado sobre los necesarios protocolos médicos a la hora de elegir a qué paciente hay que tratar antes cuando no hay recursos para todos. Y nos hemos escandalizado con las declaraciones del jefe de Epidemiología Clínica del hospital de la Universidad de Leiden (Países Bajos), Franz Rosendaal, cuando afirmó que en Italia, «la capacidad de las UCI se gestiona de manera bien distinta. Ellos admiten a personas que nosotros no incluiríamos porque son demasiado viejas. Los ancianos tienen una posición muy diferente en la cultura italiana». Que es exactamente la misma, añado yo, que la que tienen en España.

La jefa de Geriatría del hospital Universitario de Gante, Nele van den Noortgate, lo explicaba de otra forma: «No traigan pacientes débiles y ancianos al hospital. No podemos hacer más por ellos que brindarles los buenos cuidados paliativos que les estarán dando en sus centros de mayores. Traerlos al hospital para morir es inhumano». Países Bajos ha realizado un estudio para analizar el impacto social de una posible legalización de la eutanasia para los ancianos que estén «cansados» de vivir.

Efectivamente, la «posición cultural» respecto a los ancianos en los Países Bajos -y en parte del norte de Europa- es muy distinta que en España e Italia y en otros países del sur. Recuerdo el documental del italosueco Erik Gandini, 'La teoría sueca del amor', en el que relataba una de las conclusiones del experimento en la sociedad socialdemócrata sueca de los setenta y ochenta, en la que el Estado sustituía a la familia en proveer todo lo necesario al individuo: unas décadas después, la cuarta parte de los suecos muere en soledad...y nadie reclama su cuerpo.

Quizá la próxima generación de españoles se parezca más a la actual neerlandesa en esto de los ancianos enfermos que a la nuestra de hoy, pero me quedo con la tradición latinocatólica que resumía Lucía Méndez en su columna del sábado: «Estamos preparados para superar el duelo por la muerte de nuestros padres y madres. Pero necesitamos despedirnos de ellos, llorar mientras tocamos su féretro». Y, antes, darles ese beso helado que se queda en los labios para siempre.

(Publicado en El Mundo el 31 de marzo de 2020)

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