miércoles, 7 de octubre de 2009

El profesor no puede ser 'colega' de sus alumnos

Ángel Gabilondo, ministro de Educación, y Mª Dolores de Cospedal, secretaria general del PP,
se saludan la semana pasada al empezar su primera reunión sobre el pacto educativo.

Para muchos, este titular parecerá una simpleza pero a veces es bueno recordar las cosas básicas, sobre todo cuando se tienen un poco olvidadas. Si el debate sobre el sistema educativo español está planteado en estos días en restaurar la autoridad del profesor es que algo ha fallado en la base y hay que preguntarse por qué se ha llegado a este extremo para que el error no vuelva a repetirse.

Y aquí hay que recordar que las leyes educativas que han estado en vigor durante la etapa democrática son socialistas, desde la LODE del primer Gobierno de Felipe González hasta la LOE actual aprobada en la primera legislatura de Zapatero. Quizá como contrapeso a la legislación educativa autoritaria de la dictadura el pensamiento socialista hizo más hincapié en 'democratizar' la relación entre el profesor y el alumno, situándolos prácticamente en un mismo plano.
Aunque no se puede generalizar, en muchas ocasiones esto generó un 'colegueo' que ha resultado nefasto para los dos: el profesor se siente ninguneado, sin prestigio, cuando no directamente atacado, y el alumno se ha acomodado a la falta de exigencia que un profesorado sin mando no podía imponer.

Más que los planes de estudio y sus constantes cambios, más que la desaparición en la práctica de una evaluación sensata -no have falta si se puede pasar de curso aunque se suspenda-, uno de los males de la educación española es el papel que se le ha dejado a los profesores. Ya no son maestros en el más amplio sentido de esta palabra.

Por eso es una buena noticia que se hable de devolver la autoridad a los profesores, pero a la vez es triste que no se haya hecho nada hasta ahora en un asunto troncal en la educación. Y esto debe suponer también volver a prestigiar su figura en la sociedad, fomentar una sana competencia, establecer sistemas de formación continua, revisar las remuneraciones en función de las actitudes...
Nos olvidamos de que la educación no es 'democrática': hay alguien que sabe y enseña y, por lo tanto, debe estar por encima del que no sabe y es enseñado, por supuesto sin que se pierdan un ápice los derechos elementales de unos y otros. Creo que nos entendemos. Ójala sea el punto de partida de esa incipiente búsqueda del pacto educativo que han emprendido los políticos.

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