Así empieza la acción, que entremezcla el mundo virtual con el real. La película permite hacerse una idea sobre qué es el metaverso. Básicamente, que la tecnología que ahora se aplica a los juegos digitales -Fornite, Call of Duty- pueda trasladarse a la vida real para crear un universo virtual.
Es posible que no tengamos que esperar al año 2044 para que una familia dispersa en varios países celebre junta el cumpleaños del abuelo en un almuerzo virtual o que los avatares de Vladimir Putin y Joe Biden celebren una reunión en una casa de campo británica para hablar de cuestiones geopolíticas. Una reunión que no será un juego y que tendría consecuencias en el mundo real. Los bancos de inversión ya están estudiando las posibilidades de este negocio y su repercusión en las empresas que entren en él... y en las que no lo hagan. Morgan Stanley estima en 8 billones de dólares lo que puede mover el metaverso en 2030 y Goldman Sachs eleva esa cifra hasta los 12 billones.
Lo que se conoce como Web 3.0 está naciendo y no sabemos hasta dónde puede llegar. Ya existe la tecnología para procesar miles de millones de datos en segundos, para que las máquinas aprendan por sí mismas y se pongan en contacto unas con otras, para comprar. El dinero -físico y virtual- circula por la red con seguridad, al menos con la misma seguridad que en el mundo físico... pero falta la experiencia del usuario para saber la penetración real del metaverso.
Es cierto que el momento es complicado. Quedarse atrás puede suponer cerrar el negocio -hemos visto ejemplos en las últimas décadas- y adelantarse, perder la inversión. Pero no cabe duda de que cualquier empresa, desde las textiles hasta las hoteleras pasando por los bancos, las ingenierías o las constructoras va a tener que pensar en el metaverso. Y los ciudadanos particulares también.